Cuando el Rey Alfonso XII subió al trono español, significó la restauración de la monarquía legítima después de varios decenios de inestabilidad política, monarcas extranjeros y una república, la primera, bastante débil. De regreso de un viaje por La Coruña, en donde los Reyes habían inaugurado la nueva línea de ferrocarril, Don Alfonso continuó el viaje de incógnito hasta Munich pasando por supuesto por París. Recorrió los dos grandes imperios germánicos que conocía muy bien en una visita muy extensa y de carácter militar, lo que no gustó nada a Francia, abrumada y herida aún por la guerra y la derrota sufrida en 1879 contra las tropas de “Bismarck”.
El Rey pasó a los imperios alemanes del norte, donde presidió desfiles y maniobras militares del ejercito prusiano, como era llamado en toda Europa, y con mala información diplomática del Ministerio de Estado aceptó el grado y uniforme de coronel de los Hulanos, regimiento 15 que estaba de guarnición en Estrasburgo, ciudad arrebatada a los franceses por Alemania.
Después tocaba visita a Francia, y aunque se intentó persuadir al Rey de que no fuera a París, éste no se amedrentó ante tal situación de peligro; se había anunciado el viaje y viajó. Y así, el 29 de septiembre de 1883 fue recibido con frialdad por el presidente francés, Jules Grévy, en la estación del Norte, y un inmenso gentío apiñado en los alrededores instigados por los republicanos y aún, según De la Cierva, por masones, abucheó exaltadamente entre gritos de “Muera el Hulano” y “Viva la República”. Sin inmutarse, Don Alfonso dominó la situación y asombró de paso a los frenéticos vociferantes, marchándose luego a pasear por los bulevares de París acompañado únicamente por el General Blanco, jefe de su Cuarto Militar. Ante semejante gesto de entereza, París se le rindió y el presidente de la República le dio toda clase de explicaciones.
Mas tarde, el recibimiento en Madrid fue apoteósico, multitudinario, de aquellos que gustaban hacer los madrileños de la época. La ofensa estaba pagada, pues los parisinos retrocedieron, aunque hubo un pueblo en Andalucía al que no le valieron las excusas, Líjar, provincia de Almería.
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