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La Mojaquera

La mujer mojaquera fue una de las grandes sorpresas de los primeros visitantes que llegaron a este pequeño pueblo blanco encaramado en la montaña.
En él encontraron huidizas mujeres que cubrían su rostro con paños, sujetando el borde con los dientes, mientras trepaban haciendo malabarismos con sus cántaros llenos de agua. La mojaquera lavaba sobre en una gran piedra inclinada de la famosa fuente de Mojácar con los pies metidos en el agua y las piernas al descubierto.
Enseguida las bautizaron como Las tapadas de Mojácar. La mojaquera de aquella época cubría su rostro con pañuelo negro en periodo de luto, periodos cada vez más largos al llegar a la ancianidad o con paños amarillos que eran los más comunes y ocultaban los rostros de jóvenes y casadas.
El pañuelo mojaquero típico es de algodón amarillo con topos azules, rojos o verdes y es el que se conserva en el traje tradicional, el cual se compone de: Falda plisada llamada refajo, en colores fuertes (el verde el azul intenso, el rojo o el de arco iris) con dos franjas negras paralelas al borde de la falda. Bajo esta, la enagua blanca, con tiras bordadas o encajes al filo y anudada a la cintura la faltriquera ( especie de bolsillos que caen a ambos lados). En el torso chaleco ajustado de terciopelo negro, cubriendo camisa blanca en batista bordada o con encaje en las mangas y cuello. Sobre el regazo el delantal blanco limpísimo decorado con vainicas, bordados o calados.

Cómo el gusto en mujeres cambia con el tiempo un detalle curioso es que anudada a la cadera, las mojaqueras más delgadas escondían un relleno llamado “morcilla” para simular unos kilos de más, bastante atractivos para la época. El calzado la humilde y cómoda alpargata de esparto.
Siempre se la recuerda con un cántaro bajo el brazo y otro sobre la cabeza, el cual lleno de agua de la fuente apoyaba sobre el roete.

La figura de la mujer mojaquera recibió un homenaje en forma de estatua de mármol blanco de Macael, el día de San Agustín de 1989. Se ubica en la Plaza de La Iglesia y viene a recordar el esfuerzo de una mujer que cultivó la tierra, cuidó su casa y familia y mantuvo en pie un pueblo, mientras los hombres emigraron en búsqueda de sustento.